Pocas cosas hay más satisfactorias que ver tu coche tan brillante como el primer día, y aún mejor si el trabajo de puesta a punto proviene de un taller de chapa y pintura Rianxo. ¿De verdad vas a dejar que esa abolladura fruto de la improvisada puerta voladora del supermercado quede para siempre como recuerdo grabado en tu coche? Admitámoslo, todos hemos tenido algún roce que preferiríamos borrar con un poco de magia. Afortunadamente, la varita mágica en este caso viene en forma de pistola de pintura, masilla y una buena dosis de profesionalidad. Tamaña restauración consigue que, por un rato, dejes de mirar por el retrovisor buscando al culpable del golpe y empieces a verte, sencillamente, disfrutando de ese reflejo impecable que solo una mano experta puede devolver a la carrocería.
Entrar por primera vez a un buen taller es como visitar el backstage de una obra de teatro de Hollywood: luces, acción y mucho talento en movimiento. Los profesionales examinan cada pulgada de chapa como si fuesen detectives en una escena del crimen, buscando pistas de todo aquello que arruina la estética – abolladuras, rayones y hasta esos diminutos puntos de óxido que parecen mirarte algún día como diciendo “hola, soy tu próximo problema”. La experiencia de quienes trabajan en un taller de chapa y pintura Rianxo deja claro que no hay golpe, ya sea víctima de la estadística o de la mala fortuna, que se les resista. Porque aunque intentemos convencernos de que un pequeño arañazo añade carácter, la verdadera personalidad de tu coche se manifiesta cuando brilla sin cicatrices.
No nos engañemos, detrás de una carrocería reluciente no solo se esconde la promesa de sorprender a los amigos y fardar en la próxima reunión familiar; también hablamos de una conservación inteligente que previene daños peores, ahorrando disgustos y euros en el futuro. Un especialista sabe que tras cada capa de pintura y laca hay un trabajo de paciencia y minuciosidad al que no le basta un tutorial de internet ni un set de brochas del bazar chino. Quizás nos atrevamos con alguna reparación casera, pero hay cosas que mejor dejar a quienes no se inmutan ni ante la peor de las tormentas coloridas provocada por golondrinas. “Confía en los que saben”, aconsejaría cualquier sabio conductor, sobre todo si conoce el prestigio de los centros con mayor reputación.
La tecnología también está de tu lado cuando te encomiendas a los expertos: desde la identificación por ordenador del color exacto (que, seamos honestos, es bastante más sofisticada que “rojo vino más o menos”) hasta esas cabinas de secado donde el coche, tras su merecida sesión de belleza, sale con más brillo que el día de la entrega en el concesionario. Porque si bien la primera vez que tuviste el volante en las manos prometiste cuidarlo, el tiempo y la vida diaria suelen poner a prueba esa promesa. Qué menos que retomar el compromiso de vez en cuando, regalando al vehículo un tratamiento a la altura de sus mejores tiempos.
Lo maravilloso de este tipo de trabajos es que, aunque a veces perdamos la esperanza de resucitar ese viejo sedán o el utilitario que todos consideran “de batalla”, la realidad es que una buena puesta a punto puede darle vida nueva a cualquier coche. Cuestión de saber dónde confiar y de no escatimar en detalles: igual que uno no elige cualquier cirujano para un retoque, tampoco se trata de dejar la carrocería en manos inexpertas. No es solo cuestión de imagen, sino de autoestima sobre ruedas: un coche bien tratado invita a conducirlo con más ganas, a cuidarlo mejor y hasta a encontrarle ese punto coqueto que parecía haberse perdido tras mil y una aventuras urbanas.
Hay una satisfacción casi terapéutica en sentarse tras el volante y ver las calles reflejadas nítidamente sobre el capó. Quizás mañana una bandada de pájaros decida manifestarse sobre tu techado de cuatro ruedas, pero hoy, por lo menos, te llevas la gloria de tenerlo digno de portada de revista. Cada vez que alguien gire la cabeza al verte aparcar, lo más probable es que no pregunte sobre los años del coche, sino por tu secreto para mantenerlo así.
Nada mejor que sentir ese cosquilleo en la barriga cuando tu coche te devuelve la mirada, sin golpes ni restos del pasado, porque la vida es demasiado corta para conducir un coche apagado. Tu mejor carta de presentación puede estar rodando cada día por las carreteras y todo empieza en un solo lugar: allá donde la calidad, el detalle y el humor sobreviven incluso al peor rayón del mundo.